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Channel: Hija no hay más que una... (Gracias a Dios)
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La 'muchachatunga' y otros misterios. Segunda Parte.

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En casa, muy a mi pesar, seguimos ensayando para la gran actuación de la ‘Muchachatunga’, que nos tiene a todos ‘estrosaítos’ con las idas y venidas de la niña dando manotazos a diestro y siniestro como si estuviera espantando moscas, dejándose las muñecas en cada esquina de la casa y echando la cabeza hacia atrás al borde del dislocamiento o de la posesión demoníaca. Pero es que la ‘Muchachatunga’ es una actuación estelar y ya se sabe que las actuaciones estelares necesitan de muchos ensayos.
                       
Así, de noche, de día y de madrugada la tengo haciendo el majara, con las manos en la cabeza y moviendo las caderas con la gracia de una bielorrusa bailando flamenco, que se ve que el dinero que invertimos en esto del baile igual hubiera sido mejor destinarlo a la cría de lombrices en cautiverio porque por mucha castañuela y mucho ensayo, no se le ve mucho color al asunto, que una será su madre y tendrá una cicatriz que lo atestigua, pero las cosas hay que contarlas como son, que luego viene esto del karma y las energías del universo a rendir cuentas y no está una para recibir guantazos de la providencia. Como tengo yo el cutis de delicado en primavera.

Lo bueno es que al pelirroja es de autoestima alta y ella va a lo suyo, poniéndose el pijama de ‘peshitos’ –esto es remangado hasta que le queda como una especie de sujetador improvisado- y moviendo la barriga como si le estuviera dando un cólico cerrado de los malos, mientras el hermanísimo –pobre criatura- la mira desde el carro con los ojos desencajados tratando de averiguar qué es lo que se cuece en la casa y sobre todo si él acabará pillando rasca en el asunto.


‘Ez que le encanta cómo bailo ¿a qué zí mamá?’ me dice la pelirroja moviendo la cabeza como un rapero venido a menos. 'Buenooo, le encanta, míralo que no te quita ojo’... Y ella se vuelve loca de la emoción y da dos giros seguidos en plan Bisbal hasta estamparse contra el sofá mientras al pobre hermano se le achinan los ojos y empieza a hacer pucheros. Pero es que claro, la criatura no sabe de arte.

‘Lo peor de todo, mamá, ez que ezto me va a coztar mucho trabajo de hacer cuando me tenga que tirar para atráz con el disfraz de cereza puesto, ¿a que zí? Menoz mal que eztoy enzayando durízimo ¿a qué zí?’… Me soltó mientras se contorsionaba como si le estuvieran dando espasmos a los pies de la cama. Y claro, yo me quedé perpleja ante la idea de que la niña tuviera que ir vestida de cereza…  a ver si las maestras en plan mojigatas habían hecho una versión frutal del asunto, lo cual era como poco surrealista... o peor aún , a ver si al final la canción no era la ‘Muchacha turca’ de Hakim y era yo la empanada…

‘¿Pero seguro que tienes que ir de cereza?’  / ‘Seguro que zí... yo creo que zí ¿ez que no te guzta de cereza?’ / ‘Sí, sí que me gusta pero no sé yo, yo creí que te disfrazarías de mora’... Y entonces la niña paró de bailar -o lo que fuera que estuviera haciendo-, abrió lo ojos como platos y gritó‘Ezo mamá, de mora, ez que me había equivocado de fruta’.

Pues eso, que no hacemos carrera de la criatura.



Publicidad, sobornos y otras maravillas. ¡El verano ha llegado a Pisamonas!

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Aún no sé ni cómo ha sido pero el verano ya está aquí y lo que es peor, ha traído consigo el cambio de armarios, con lo cansada que está una, y el obligarnos a empezar a lucir el blanco nuclear bajo los vestidos, con lo feo que está eso.

Y como no podía ser de otra forma, también llega la hora de las compras para equipar a toda la familia y lucir como una familia de bien, lo que sin duda es la mejor parte.

De ahí que hoy os presentemos la nueva colección de verano de nuestros amigos de Pisamonas, que siempre ofrecen diseños actuales realizados con materiales de la mayor calidad para que resistan los envites de los pequeños de la casa y, sobre todo, para que los nenes estén cómodos, que es lo más importante, sin rozaduras, heridas, tiritas y quejas.





 
Y es que Pisamonas cuida mucho los diseños y la confección de sus zapatos –realizada en España-, así que ya estás tardando en echar un ojo a su web y a los muchos productos que ofrece. Y no te olvides de que los envíos y el cambio de tallas son completamente gratuitos. Sin compra mínima. Casi nada.




Mocasines, zapatillas de lona, merceditas, menorquinas, náuticos, bailarinas, alpargatas y un sinfín más de estilosos modelos te esperan para que tus retoños luzcan como auténticos príncipes y princesas.

La pelirroja, por su parte, ya se los ha pedido todos…Es lo que tiene tener una ‘mini fashion victim’ en casa.

No dejéis de pasaros por su web y ver todos los modelos:
http://www.pisamonas.es/

Y no os perdáis el vídeo '’El verano a tus pies’… Una monería!!


La noche nos confunde

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Si hay una tarea imposible en esta casa desde que somos familia numerosa, además de ver algo en la tele que no sea la Princesa Sofía, es dormir del tirón. Y cuando digo dormir del tirón no me refiero a dormir ocho horas como las modelos ésas que dicen que miden 1’80 y pesan 50 kilos porque duermen bien y beben mucho agua… Digo dormir tres horas seguidas para que las neuronas se me regeneren y no parecer lerda a las seis de la tarde y también, por qué no decirlo, para que se me ponga el cuerpo de Blake Lively.

Aquí, estamos echados sobre la cama haciendo como que dormimos como seis o siete horas cada noche, durmiendo en períodos de hora y media entre los que alternamos divertidas actividades en familia como cambiarnos de cama quince veces seguidas como en un espectáculo de Bennie Hill, mecer bebés demoníacos, calmar a niñas asustonas con pelos de escoba, traer y llevar botellas y biberones de agua –cuando no derramarlos por el pasillo-, buscar chupetes a la luz del móvil, recibir patadas en los costados y malvivir hasta el amanecer.

La pelirroja siempre ha sido de dormir del tirón y hasta de roncar, con lo feo que está eso en una señorita de bien, pero de un tiempo a esta parte, con los trailer de Maléfica y mis historias para no dormir, que le cuento para que me haga caso, la tengo noche sí y noche también, a los pies de mi cama como una aparición, con los pelos como los troll aquellos de pelos de colores y con la mala cara de los niños de Los Otros.

Y claro una que está en duermevela con esto de la ansiedad maternal, levanta los ojos para echarse un trago de agua al gaznate o comprobar que todo el mundo sigue vivo y me la encuentro ahí, esperando a que abra un ojo para gritar ‘Mamaaaaaaá, que tengo mussho zuztooooo’ y claro, al final la que tiene mucho susto soy yo y tiro la botella al suelo, al pater le da un infarto y Cigoto se pone de pie en la cama a hacer los lobitos. Y todo es caos.

El pater y yo tenemos un trato para solventar estas crisis nocturnas. Yo me encargo de la pelirroja y él del hermanísimo. Ilusa de mí, creí que había hecho un buen trato, pero nada más lejos de la realidad, porque el hermanísimo tiene una o dos crisis en la noche. De levantarse dando voces como una vecina ordinaria y tocando las palmas como un poseso, pero se le endiña el chupete y se le mete en la cama y cae cual demonio exorcizado.

Con la pelirroja la cosa es más compleja o por lo menos dura más. A veces, lo soluciono metiéndome en su cama y dejándome aporrear con el peso muerto de sus brazos que no deja de mover cuando está dormida como si estuviera bailando la jota. Allí  quedo atrapada entre la niña que se expande como el universo y se queda con más de media cama y con la maldita barandilla -que no quito porque siempre me queda la esperanza de huir- y que se me clava a traición en los riñones hasta dejarme lisiada.

La otra opción es darle vía libre a que se meta en nuestra cama y que dé comienzo el festival de las patadas y manotazos a doble bando, que se vaya a creer el pater que se va a librar de este maltrato nocturno de la primogénita.

Eso sí, como Cigoto clave la cara entre los barrotes a lo Jack Nicholson en El resplandor y nos vea a los tres en comunidad, entra en modo furia hasta que lo dejamos sumarse a la fiesta.

Precisamente hace un par de noches, lo metimos en la cama entre la pelirroja y el pater para que dejara de hacer el orangután esquizofrénico en la cuna y tras un rato de espasmos reptiles se quedó fritanga.

Pero no había pasado ni media hora cuando el pater empezó a sobarme la cara y me metió un dedo en un ojo –como tengo yo los ojos con la alergia- y claro me incorporé indignada, todo lo indignada que puede estar una madre agotada con la espalda retorcida y apaleada por su propia hija.

¿Eres tú? me pregunta / ‘No, soy el lobo’ -dije con mi particular agresividad nocturna pero sin levantar la voz para que la pelirroja no se despertara-  ¿qué quieres? / El niño que no está / que no está ¿dónde? / Que no está en ningún sitio / Lo habrás metido en la cuna / Que no, que no está... que ya he mirado...  Y antes de que pudiera empezar a inventar teorías terroríficas de secuestros exprés, escuchamos unas palmadas compulsivas.

Dos deslumbramientos oculares con la linterna del móvil y dos moratones en las espinillas después, el pater y yo más muertos que vivos, localizamos a Cigoto en el pasillo, tocando las palmas como Manolo el Caracol y enseñándonos sus gigantopaletones a lo Luis Miguel, emocionado con la hazaña de haber logrado escapar del yugo del descanso.

De cómo pudo llegar hasta allí reptando cual marine estadounidense, tenemos un par de teorías, sin descartar el teletransporte, claro, aunque ahora centramos nuestras energías en buscar escuelas militares de postín. O eso o lo empadrono en casa de la mamma.

Que no esté yo canija...


Cigoto y el poder del mal

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Cuando le cuento a la gente lo malvado que es Cigoto nunca me creen. Que si es que es varón, que si es que tú estás más cansada ahora, que si es que son dos… Hasta que pasan una tarde en casa y viven en sus carnes el terror cigotil, que es una dictadura muy mala de ésas con palizas callejeras y genocidios y todo, que nos tiene al pater y a mí y hasta a la pobre pelirroja, al borde de la huida a tierras sin acuerdos de extradición.

Cigoto no duerme. De día nunca, bajo ningún concepto, no vaya a perderse la oportunidad de lamer un enchufe o masticar un cable. Delicatessen. Y de noche, tampoco duerme más de tres horas seguidas, más bien se queda en trance, con un ojo semiabierto por si las cosas se ponen feas y los biorritmos se le suben y tiene que ponerse a aplaudir a las tres de la mañana o a hacer los lobitos a las cinco, que se ve que es una terapia vital que viene desarrollando desde hace unos meses con especial ahínco.

Cigoto se lo come todo y cuando digo todo, digo todo. No sólo las sobras de los platos ajenos, a los que se acerca con el sigilo de un leopardo. También la plastilina –preferiblemente la amarilla y la fucsia de Jovi que Cigoto es un comedor compulsivo pero sibarita-, los corazones de gomaeva –preferiblemente con purpurina- o los pelos de la Barbie Mariposa de la hermana. Aunque el bocado más delicioso son las plastas peluseras de las zapatillas. Le vuelven loco. E igual le da la vuelta y lame como si no hubiera un mañana, que con sus minidedos regordetes va despegando pelusillas a pellizcos y metiéndoselas en la boca moviendo mucho los labios y con los ojos en blanco del gusto.

Cigoto no quiere carro, ni quiere parque. Cigoto finge que quiere brazos, pero en cuanto lo coges te trepa por el cuello, te tira de los pelos o de las orejas o hasta de las pestañas y se pone cabeza abajo hasta que lo dejas en el suelo, que es lo que en realidad quiere, para gatear compulsivamente y con la violencia de la niña del Exorcista, pegando unas palmadas en el suelo, que un día de estos se va a quedar con las palmas en carne viva o, peor, se le van a salir disparados los dedos, con el miedo que me dan a mi los desmembramientos.

Y por supuesto no gatea como un niño normal. Cigoto se mete debajo de la mesa a darse una serie de cabezazos en cadena, a rebuscar tornillos en los bajos de la silla o cualquier cosa peligrosa que pueda echarse a la boca, que a él, como a Calleja, lo que le gusta es el riesgo máximo. O encajar la cabeza en los diez centímetros que hay entre el mueble y la televisión para tratar de alcanzar la clavija del teléfono y arrancarla de cuajo o chuparla o meterle un par de ceras dentro para ver si explota o algo.

Y así estamos todos, al borde de la muerte por agotamiento. El pater sonámbulo, sobreviviendo con el piloto autómatico como los presos de guerra, y yo con los nervios como Mila Ximénez, loca nivel ‘un día voy a salir a la calle en camisón y con una recortada y la vamos a liar’. Hasta la pelirroja se está ‘jartando del helmano’ porque claro la criatura no sólo tiene que aguantar sus gritos y sus histerias, también ve a su Barbie con el pelo ralo y sufre. Cómo no va a sufrir.

Y todo esto se lo contaba a una amiga el otro día con cara de loca y ojos desencajados frente a la barra de la cocina mientras Cigoto se entretenía en la alacena con las botellas de coca cola.

Y quejándome estaba cuando veo que empieza a aplaudir enérgicamente y que el odiado suelo de Pizarra está sospechosamente brillante.

Yo no quería acercarme a ver porque eso es como cuando las rubias en camisón de las películas oyen un ruido y van con la linterna y tú dices ‘no vayas, mujer, no ves que está la niña muerta esperándote o el violador de cara deforme o ambas cosas’. Y luego, una piensa, claro, es que la criatura no escucha la música de terror que nosotros sí escuchamos y no se imagina lo que se le viene encima.

Bueno, pues yo sí escuchaba la música tenebrosa. Y bien alta. Y más que subió cuando vi que Cigoto con su habilidad para hacer el mal, había logrado desenroscar el tapón de la garrafa de aceite y ahora estaba chapoteando sobre aproximadamente tres litros y medio de virgen extra variedad picual.

Tres toallas, una escoba, dos mochos y una fregada de rodillas al estilo criada de Downton Abbey, después, aún nos partimos la crisma cuando pisamos la cocina.

Eso sí, el suelo ha cogido un brillo precioso.

El amor cigotil y otros tormentos

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La pelirroja es claramente del equipo del pater. Y no sólo porque ambos sean desordenados nivel ‘ha venido el FBI a hacer un registro y luego hemos celebrado una fiesta rave en el salón’, ni porque les guste la miel más que el chocolate –cuando todo el mundo sabe que la miel es vómito de abeja y el chocolate, un alimento divino - ni porque ronquen cual oso cavernario cuando duermen y nos hagan maldormir a los demás.

La pelirroja es del equipo del pater prácticamente desde que nació y porque lo lleva en la sangre. Da igual que sea yo quien la lleve al cine, al baile, quien la pinte como a una DragQueen los domingos por la tarde, quien le haga trenzas a los Pipi Calzaslargas a las once de la noche con los ojitos güertos, y quien se pase tres y horas metida en el agua del mar para que pueda fingir ser una sirena, mientras encojo la  barriga, muero de hipotermia y recibo mil arañazos en las mejillas con los manguitos de Barbie de los chinos.

Es en vano. Es llegar el pater y la ingrata de se olvida de mi persona. Y si hay que acostarse con alguien, comer con alguien o ver una película con alguien, la lagartona siempre elige al pater, aunque eso sí, para que parezca justo hace como que lo sortea con el Pito Pito aunque cambia la velocidad de la canción o el silabeo para que el dedo le quede en el pater y, la muy suavona, encima finge sorpresa. Un despropósito.

Por eso, cuando me embaracé de Cigoto le pedí intrauterinamente –que es como telepáticamente pero a nivel orgánico- que me amara así, porque una también tiene su corazoncito y está harta de perder al Pito Pito y de ser el plan B para esta niña vendida, con lo poco que me ha gustado a mí ser el segundo plato, que eso es una cosa muy triste y muy de feas.

Buenos, pues la Divina Provindencia me lo ha concedido y Cigoto ama a su madre por encima de cualquier cosa –bueno, tampoco exageremos, que a las abuelas y al biberón del agua los ama igual-. Lo cual es bastante extraño porque lo mismo que con la pelirroja he sido una siamesa prácticamente desde que nació, al pobre pelirrojo no lo toco ni con un palo, que con esto de trabajar fuera de casa, más los extras de las colaboraciones, la casa, la maternidad y demás… no tiene una tiempo ni de mirarle a la cara al chiquillo.

Pues me ama. Muchísimo. Y cuando llego a casa, se le ponen los ojos como platos y me aplaude y me hace los lobitos y el indio y todas las monerías que sabe hacer, imagino que para conquistarme y que lo coja un rato y nos tiremos a la calle a ver la luz del día. Y claro, a una se le enamora el alma como a Isabel Pantoja… un ratito.

Porque no es oro todo lo que reluce. Vamos, ni una tercera parte. Que el hecho de que el hermanísimo me ame con esta intensidad es más bien una tortura que un regalo. Y es que cuando está con el pater y la hermana, el caballero es feliz en el gigantoparque con sus ruidosos juguetes viviendo su vida interior con pasión y a lo suyo, o en el cochecito, mirando entusiasmado, la vida en la corte de la princesa Sofía, pero es entrar una por la puerta y decir hola, y tenerlo retorciéndose como una culebra epiléptica y llorando como si se le fuera a salir el alma por la boca, clavándome los ojos como un animalillo atropellado.

Y claro, para no escucharlo porque a mí esto del llanto no es que me dé pena, es que me provoca una ansiedad muy de ingresarse, lo tengo que coger y cual madre marsupial llevármelo encima –como tengo yo las vértebras- a desvestirme, a hacer pipí e incluso a la ducha, donde nos bañamos juntos como amantes furtivos, para que no nos vea la pelirroja y quiera sumarse a la fiesta, que una siempre ha sido pudorosa y esta falta de intimidad postmaternal no me gusta ni una mijita.

Y ahora cuando llego del trabajo, ni saludo y tengo enseñados al pater y a la pelirroja que ni me miren y entonces me tiro al suelo como un marine y repto por detrás del sofá hasta el baño, mientras Cigoto juega a la granja distraído, para poder hacer pipí tranquila. Y a veces hasta me vuelvo a duchar sólo por el placer de hacerlo sola. Y me siento una triunfadora.

Qué vida más triste.

La gran actuación

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Después de semanas de ensayos en el salón, frente al hermanísimo de ojos desencajados y las paredes desconchadas a manotazos, llegó el día de la gran actuación de la 'muchachatunga' y la familia entera se preparó para la gran cita. 

Como no podía ser de otra manera en un evento de este calibre, al pater y a mí se nos sumó la mamma, mi tía Laly, mi primo Diego, mi prima Laura, mi tía Mari Carmen y mis sobrinos Nachete y Pablo, todos dispuestos a animar a la pelirroja y a aguantar a Cigoto -más conocido como la fuente de todo mal- y los demás porque no pudieron venir, que tenían que dividirse yendo a otras fiestas infantiles, que si no nos tendrían que haber puesto un palco para nosotros solos. Pero la 'muchachatunga' es lo que tiene, que es una actuación estelar y tiene mucho tirón. Eso lo sabe cualquiera.

Así que tras pintar a la niña como una puerta, básicamente por no escucharla y porque sólo encontré la sombra 'azul oscura casi negra', y echarle el espuma en el pelo para dominar aquel jaleo de tirabuzones hasta dejarla como una miniadolescente de extrarradio, le coloqué el traje de 'muchachatunga' de calidad 100% chinesca.

Por suerte, la criatura es presumida y no le importó que la filigrana del traje fuese de lija extrafuerte, que le dejara la barriga llena de arañazos nivel Freddy Kruger, ni tampoco que los pantalones se le fueran cayendo a cada paso porque, claro, para que el traje le diera la anchura de torso a la criatura, la seño le cogió la talla mayor que había en existencias, con lo que los pantalones se le iban cayendo como a un obrero 'enseñahucha', dejando sus blanquecinas lorcillas y los arañazos de gatos salvajes al aire, aunque, eso sí, el corpiño le seguía partiendo el esternón.

No tengo claro si lo peor fue el camino al colegio contoneándose y dando traspiés, mientras yo me deshacía en explicaciones ante los damnificados con los giros improvisados, o  si lo fue la espera en la puerta a que nos dejaran pasar, como si aquello fuera un concierto de Springsteen, con dos millones de padres enfervorizados dando empujones y tratando de colarse por las esquinas. Mientras yo, con Cigoto arrancándome mechones de pelo me debatía entre la vida y la muerte y el páter a punto ser aplastado y castrado con el carrito, buscaba a la familia entre el gentío.

O igual lo peor fue hacinarnos en el gimnasio subterráneo con mil personas haciendo fotos, sentados en sillitas de feria mientras la mamma quería cambiarle el pañal a Cigoto, básicamente porque hacía media hora que se lo habíamos cambiado, el pater se volvía loco buscando el mejor ángulo fotográfico, mi primo le daba al whatssap como si viviera en un mundo paralelo y mis tías se buscaban unas a otras gimnasio arriba y abajo como en una película de los Hermanos Marx.  

Eso sí, una vez que la mora se subió al escenario, todo se reorganizó. Todo lo que puede reorganizarse esta familia, claro. Y vimos a la pelirroja darlo todo, generalmente en sentido contrario al del baile que todo hay que decirlo, que a punto estuvo de pegarse un cabezazo con su partener, pobre chiquillo, pero eso sí moviendo el culete como si tuviera vida propia. Tanto así que antes de que terminara el baile no sólo tenía toda la barriga fuera de tanto espasmo, sino que el culete amenazaba también con salir de la zona de seguridad.

Por suerte, la directora estaba distraída y no vio la amenaza de calvo subversivo de la pelirroja, que si no, me la acusa de disidente, me la echa del colegio y me veo dándole clases particulares en el salón. 

Como tengo yo el salón.  

PD. habemus foto del muchachatunguismo en Facebook e Instagram...

La maternidad y otras hazañas

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El negocio éste de la crianza es una cosa muy dura y va complicándose a medida que vas sumando niños al libro de familia y vas cumpliendo años, que todo hay que decirlo, que una ya no se agacha sin quedarse anclada en posición Quasimodo ni hay resaca que no le dure menos de tres días.

Pero lo peor de esto de hacerse madre, además de los collares de macarrones y las estrías en las caderas, es que la maternidad todo lo abarca y todo lo inunda y no hay ni un espacio libre en el que refugiarse y poder fingir que una no es madre aunque sea por tres segundos. Ni siquiera el baño, mire usted. Y así con el malvivir, una va perdiendo neuronas y rellenando los espacios que éstas ocupaban por dosis ingentes de estrés del malo, vamos, que una se va volviendo lerda y loca a partes iguales. Un despropósito.

Así tareas sencillas como arreglarse para ir a dar un paseo son auténticas hazañas, que te llevan dos horas de media para finalmente salir por el portal con el pelo como un nido de gaviotas, con los ojos a medio pintar y la cara de loca de psiquiátrico de los 50 y encima no llevas el chupete, te has olvidado la toquilla en el coche y no tienes claro a qué hora le toca el biberón al nene.

Y claro, las no madres que van con su trenza de espiga y sus labios coral te miran como si fueras un bicho raro que te gusta el malvivir, porque todo el mundo sabe que dos niños tan chiquitos no pueden dar tanta guerra como para ir por la vida con los pelos de Amy Winehouse.

Pues mire usted, sí. Que medio verano llevo con zapatillas de loneta porque no tengo tiempo de pintarme las uñas. 'Anda, no te creo, pero si eso son cinco minutos, mujer' y te dan ganas de apalearla con la silla hasta que pierda el conocimiento, pero claro, qué va a entender la chiquilla si para ella que se pasa cuatro horas en la playa tumbada en una hamaca, va a la peluquería cada semana para repasarse, toma café durante dos horas en una terraza y sale de fiesta todos los fines de semana hasta la amanecía, qué son cinco minutos. El tiempo que tú tienes para ducharte, malpeinarte, pintarte como el joker y, con suerte, echarte desodorante. Qué vida perra.

Así que lo mejor es unirse a otras madres agotadas y hacer piña, primero porque ellas que tampoco logran orinar en la intimidad, te entenderán y no sólo irán con tu mismo peinado de 'acaba de asaltarme una manada de hienas salvajes', sino que el día que en lugar de pintarte en cinco minutos mientras placas al nene para que no se suicide cabeza abajo el váter, lo hagas en diez minutos, alabarán tu belleza y cuando logres combinar un conjunto que, además, por un azar del destino, no lleve restos de potito ni de palote, lanzarán un 'ohhh' al viento que te hará sentir estupenda aunque el conjunto sea de 2002 y en realidad te siente como un tiro.

Y si empezáis una conversación fingiendo ser personas normales, antes de poder decir dos frases, una se levanta a mirar al pequeño por si se ha despertado y a decirle al grande que o se toma el colacao o caerán sobre él las siete plagas biblícas y cuando el tema se reanuda, a la otra la llaman de la guardería para decirle que se ha dejado el carro y que el niño ya nunca se come el segundo plato y cuando vuelves a intentar coger el hilo, viene la tuya y te anuncia que se ha hecho pipí encima, señalándote el reguero entre las mesas.

Y al final no te enteras si fue tu amiga la que se acostó con el novio y la pilló el casero o la que se acostó con el casero y la pilló el novio o la que pilló al novio con el casero en plena faena, pero miras sus sus ojeras, sus pelos a lo Mufasa y sus risas de loca y te sientes parte de algo. 

Pues eso mismo me pasa aquí. Y sienta fenomenal .

Cigoto el pandillero

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Que Cigoto es un ser malvado es algo que descubrí más pronto que tarde por aquello de ser madre repetidora, que ser madre repetidora te enseña mucho y además de a ducharse con muñecos clavados en los pies sin perder el equilibrio ni las ganas de vivir y a peinarse en el coche con el cepillo de la Barbie y conseguir un acabado decente, también te enseña a distinguir la seña del mal entre tus filas.

Y es que mientras su hermana se pasaba los primeros meses de vida frita sobre un cojín, sin encontrarle más sentido a la vida que el de beberse un biberón cada tres horas y volver a coger el sueño en un bucle de diversión sin límites, el hermanísimo ya planeaba mil maneras de escapar de la cuna, a ser posible cabeza abajo y con el mando del aire acondicionado en la boca para ir dándole emoción al asunto y a ser posible, comerse una pila. O las dos..

Pues bueno, los meses han ido pasando y Cigoto ha ido perfeccionando sus técnicas malignas para dar rienda suelta a su instinto vikingo, dejando un reguero de estrés y caos a su paso. Así ir con él a la piscina es perseguirlo por todo el recinto mientras corre como un loco a cuatro patas, se purga con el césped y lame las chanclas ajenas que va encontrándose a su paso como un tesoro de incalculable valor, sobre todo si tienen pelusones, y eso cuando no roba pelotas, paletas, manguitos y flotadores, en ocasiones empleando la intimidación enseñando sus gigantodientes de Bob Esponja, como si fuera un lating king descolorido.

Vamos, que este niño, con su año recién cumplido y sus violentos andares a gatas como si fuera una niña poseída, se nos está yendo de las manos, Que más pronto que tarde, lo veo en Hermano Mayor, que yo ya hasta me he puesto a dieta por aquello de los 5 kilos que engorda la cámara.

Y es que con Cigoto todo es ansiedad porque no quiere carro ni parque ni hamaca ni nada que no sea gatear sin descanso, trepando a la mesa del salón para saltar luego al sofá y de ahí a la barra de la cocina, el objeto de deseo cigotil. Y si lo frenamos y lo sacamos del triángulo del peligro, vuelve a iniciar el recorrido como si no fuera con él. Ni ‘no’, ni ‘trastras’ ni ‘niñomalo’ ni cara de loca de libro.

El problema es que el pelirrojo empieza a disfrutar de su maldad, vamos que ya no sólo lo hace por instinto sino por diversión.

Por ejemplo, hace unos días estábamos en una cafetería y le dimos un medio bollo de pan para que se entretuviera y no quisiera salirse del carro. Lo cogió, nos miró con desdén y en plan adolescente rebelde, lo lanzó con fuerza a cabeza de la señora de la mesa de al lado –que la criatura se ve que había ido a la peluquería-  y se lo dejó encajado en el cardado mientras el malvado se reía a carcajadas a sabiendas de su hazaña.

Y ayer mismo en la piscina se fue gateando hasta la reja que la cerca y empezó a trepar por ella hasta colocarse de pie, agarrando con las manos y con la cara aplastada contra el alambre. Entonces me miró y me enseñó la dentadura y como veía que lo miraba y no le decía nada, decidió doblar la apuesta y se soltó de una mano para quedar balanceándose adelante y atrás de un solo brazo, como un pandillero juvenil vacilón.

Pues eso, que lo doy en adopción.


El camping y otros sustos

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Cuando la abuela me dijo que se llevaba a la niña al camping de sus tíos, se me pusieron los pelos de punta por aquello de que una es madre aprensiva y la pelirroja una bomba de relojería en lo que a coqueteos con la muerte se refiere, y si en casa es capaz de dejarse menisco y medio contra la pared en un giro de tres cuartos mientras ve el canal Disney, de qué no sería capaz en terreno abierto, libre cual cervatillo y de secuaz de la prima Sara, conocida en el mundo entero por su capacidad de hacer el mal y de divertirse y divertir a la cualquiera. Lo que viene a ser una chica popular de seis años de toda la vida de dios. Con lo que molan. Y claro, para la pelirroja, de cuatro, que vive empanada en su mundo de princesas Sofía, eso es lo más de lo más.

Así que para hacerme la guay dije que sí, no antes de hacerme con una caja de lexatines auténticos -mitad para mí, mitad para la abuela que se la llevaba- y de aleccionar a la niña como si se fuera a la guerra de Afganistán, llenándola de miedos varios, -que es lo que hacen las buenas madres- y previendo que antes de dos días estaría llorando para que fuéramos a recogerla, que la nena es fiestera pero nunca ha pasado tanto tiempo fuera de casa y mi niña es muy chica y necesita estar con sus padres. Pobrecita mía.

Pues no. Ni mijita. Lo cierto es que sí que ha llorado pero sólo a la vuelta porque no quería volver a casa -malévola traidora- y de hecho, cada vez que la telefoneábamos, la abuela tenía que perseguirla para que nos cogiera y cuando lo hacía repetía cual cacatúa 'Me eztoy portando bien, le hago cazo a la abuela y te quiero musho, mamá, pero ahora tengo que irme' y me dejaba con el pipipipi y con la cara partida mientras esta preadolescente encerrada en el cuerpo de mi hija de cuatro años, se iba a la piscina a hacer coreografías con sus nuevos amigos o al cine de verano que ponían en el club infantil, con una alocada vida social que ni Lady Gaga, mire usted.

'Ez que ezta nosshe me voy a hacer las trencitas porque luego me voy a la discoteca' me dijo una tarde así a las bravas y yo que no estoy preparada para tener una hija que vaya a la discoteca, ni siquiera a una de parvulitos menores de ocho años, me vi obligada a echarme una mascarilla rejuvenecedora para venirme arriba.

Y no sólo es que pelee con la abuela para ducharse sola, ella que es tan floja que no quiere ni abrocharse los cordones de los zapatos, sino que exige entrar sola al recinto de la piscina para que no crean los nuevos amigos que es una niña bebé, ella, que ya tiene acumulados 56 meses de vida. Hombre ya.

Pero lo mejor de todo el asunto  -lo peor según el pater que ya ha ido a sacarse el permiso de armas- es que se ha echado una pandilla de amigos, donde hay una pareja de gemelos con los que las primas Jiménez ya han hecho ojitos y al parecer pasean por la parcela pelando la pava con sus labios pintados y sus bolsos de Peppa Pig al hombro. Y el otro día, al parecer, la madre de los críos las invitó a merendar a su caravana, imagino que para ver de qué calaña eran las mozuelas que rondaban a sus retoños. Y teniendo en cuenta que la pelirroja sólo come potitos y que iba pintada como una puerta con su maletín de maquillajes de Hello Kitty, no tengo claro si habrá congeniado con la suegra y si habrá o no boda en marcha.

Con lo bien que me vendría su cuarto para una salita de lectura.

Publicidad, sobornos y otras maravillas. ¡Pisamonas celebra su semana sin IVA!

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Ya os he dicho mil veces que la pelirroja come poco tirando a nada, con el sufrimiento que eso me genera a mí y  a mis nervios de madre aprensiva,  sin embargo, la criatura aprovecha lo que poco que engulle –no quiero imaginar la adolescencia que nos espera-  y no sólo parece repetidora en su clase de Infantil sino que de un mes a otro los vestidos se nos quedan cortos y los zapatos pequeños. Un sinvivir.

Eso, sumado a que Cigoto ya empieza a dar sus primeros pasos –cogido de la mano y sin mucho entusiasmo, que todo hay que contarlo-, vuelvo a colocarme en el punto de partida veraniego para invertir en un par de zapatos para los pelirrojos, fresquitos, con un diseño atractivo y por supuesto, de calidad. Que lo de andar pegando tiritas en cuclillas en mitad de la calle, ya me lo sé y no, no me pasa más.

Así que nuevamente, acudo a mis amigos de Pisamonas, que tienen una web cómoda, bonita e intuitiva, cuentan con un amplio catálogo de productos de la mayor calidad, con cuidados diseños, materiales de primera y unos precios inmejorables. Y lo mejor de todo, me dejan comprar desde casa con la tranquilidad de poder mirar al detalle cada modelo, sin malévolos niños correteando de un lado a otro.






 Pero por si esto fuera poco, esta semana –hasta el día 20 de julio- celebran su semana sin IVA, es decir, una semana en la que una amplia selección de artículos cuesta un 21 por ciento menos. Ojiplática me quedo. Vamos, que yo personalmente voy a aprovechar y a invertir hasta en zapatitos de piel para el otoño...














Y para las que precisen de un empujón para la compra online, recordad que los chicos de Pisamonas no os cobran gastos de envío y además, el cambio de talla es gratis. ¿Qué más se puede pedir?

Vamos, que el único problema que vais a tener ¡es no saber qué elegir! Merceditas, alpargatas, cangrejeras, bailarinas, menorquinas, pepitos… y un larguísimo etcétera de preciosos zapatitos de primerísima calidad...

Pasaos que nos arrepentiréis!!




















Las vacaciones y otras formas de tortura

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Que te den vacaciones cuando tienes hijos es una cosa muy fea y de muy mal gusto, que debería estar penada por ley o denunciada por Amnistía Internacional o Cruz Roja o Pablo Iglesias o algo, porque todo el mundo sabe y quien no lo sabe es porque no tiene hijos o no tiene vacaciones, que el binomio días libres-hijos es lo peor que os puede pasar a ti y a tus nervios –a los pocos que te queden medio utilizables- junto a un maratón de cumpleaños infantiles, que para más inri, también suelen sucederse en verano.

Una, que es ingenua y optimista como la que más, estaba como loca con esto de tener vacaciones y había hecho mil y un planes para disfrutarlas como dios manda. Y mira, que había bajado el listón y ni siquiera había pensado en escaparse una semana a un hotelito de costa, qué disparate, una se conformaba con tomarse unas copichuelas con las amigas, broncearse en un hamaca de playa de su ciudad, hacerse unos largos en la piscina, salir a comer, a cenar, al teatro y hacer todas esas cosas que hace la gente normal cuando está en vacaciones.

En mi defensa diré que este es mi primer trabajo ‘serio’ desde que soy madre y con serio quiero decir con un horario y con un sitio físico al que ir, así que era novata en esto de las vacaciones familiares y todo era utopía.

Por supuesto, la realidad es bien distinta, sobre todo en mi caso, que he de huir de casa cada día para que el pater pueda terminar alguno de sus trabajos que los pelirrojos tienden a boicotear, así que me tiro a la calle como una cualquiera, enganchándome a los planes más terroríficos para divertir a lo niños y entretenerlos hasta que el pater termine sus quehaceres, que empiezo a descubrir que no piensa acabar nunca, que aquí el más tonto te hace un reloj.

La cuestión es que un día me voy a la piscina y achicharro a los pelirrojos aunque me pase el día enyesándolos en factor 50 y arrinconándolos en la sombra, inflando manguitos y muriendo de hipotermia y exceso de cloro mientras la nena finge que sabe bucear porque mete la cara en el agua hasta que pierde oxígeno y Cigoto me patea el hígado tratando de soltarse de mí y nadar libre rumbo a la depuradora.

Otro plan es el paseíto interminable que empieza a la amanecía y que incluye parque infantil a 40 grados malagueños, con la pelirroja pelándose el culo en el tobogán, helado en Casa Mira que acaba refregado sobre mi vestido mientras Cigoto se rebela en el carro y grita rompiendo la barrera del sonido para que todas las señoras me miren como si yo lo estuviera matando y culminando en el mcDonalds o Burger King con ensalada tristérrima y parque de bolas infernal. Y por la tarde, café con la mamma o museos o cualquier otra cosa que me lleve hasta la muerte por agotamiento, cuando vuelvo a casa arrastrándome, y con suerte me lavo la cara antes de caer en coma en el sofá.

Otras veces innovamos como ayer mismo (hoy), que nos tiramos a ver la procesión de la Virgen del Carmen en familia, desde las once de la mañana, con un sol de justicia abrasándonos el cogote, con un pelirrojo poseído por las fuerzas demoníacas del mal, luchando por gatear y arrastrarse por cualquier suelo o carretera que se cruce en su camino, si hay colillas mejor, coqueteando con el suicidio cabeza abajo, con la pelirroja matándose viva con el primísimo, y conmigo arrastrando los pies y el alma detrás, al borde de la muerte. Y después, comida y café y helado y regue de quince segundos para que mi hermana que es una lianta como la mamma, me meta de estrangis en una especie de feria de pueblo con cuatro atracciones descatalogadas de la antigua URSS, a morir de tristeza y cansancio a ritmo de Bachata y tómbolas.

Y por si no fuera poco estar allí más muerta que viva tirando de dos millones de globos, una comba, un arco con hacha de plástico, dos botellas de agua, chucherías, un agotamiento crónico y dos enanos hiperactivos, me dice mi hermana que me monte con mi sobrino en una especie de zigzag inofensivo, que ella tiene las cervicales muy mal y que al chiquillo le hace ilusión.

Sólo diré que ahora soy yo la que tiene las cervicales mal. Y la médula peor. Y náuseas como de embarazada en el primer trimestre, montada en un globo del revés, y un brazo con más moratones que un yonqui, y unos mareos que ni mi tía cuando le saltó el audífono en Eurodisney. Vamos, que yo creo que esa atracción ni estaba homologada ni nada. Que no hemos muerto de milagro de los cabezazos que nos han dado contra el asiento, que yo creo que el feriante se había cabreado con la mujer y las ha pagado con nosotros, pobres criaturas levantadas desde la amanecía. De hecho han tenido que parar para que una chiquilla que le estaba viendo los ojos a la muerte, se bajara aterrorizada a los cinco minutos de empezar, cuando ya todos creíamos que se había acabado el tormento. Pero cuando el resto de los que estábamos allí quisimos seguirla, nos volvieron a asegurar el cierre y otros cinco minutos más de tortura, que se ve que allí no se montaba ni el tato y querían agasajarnos con veinte vueltas extras. Vamos, que ahora estoy escribiendo esto a la una de la madrugada mientras la pelirroja salta en la comba de los chinos que se ha ganado en los patitos, despertando a medio vecindario, y no sé si terminar el post o abrirme la cabeza sobre el teclado.

Y todavía me queda una semana de vacaciones.

La inocencia infantil y el unicornio María Magdalena

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Probablemente, lo que más mola de tener niños –además que se siempre te vean guapa incluso recién levantada, con el rimel corrido cual bailarina de Las Vegas yonqui y con la bata de anciano del pater puesta- es que puedes disfrutar en primera fila de su curiosa visión del mundo, sin adulterar por el peso de la realidad. Vamos, que te puedes quedar con ellos con cualquier historia por surrealista que sea.

Yo como soy malamadre aprovecho esto a mi favor y a la pelirroja lo mismo un día le hago creer que existen las brujas y el hombre del saco para mantenerla a raya, y al día siguiente la veo con cara de horror y le confieso que es mentira, que una también tiene su corazoncito… y al otro día, vuelta a empezar… y da igual cuantas veces lo haga que siempre encuentro terreno virgen.

Pero laz brujaz ¿qué ez lo que comen, mamá? / Pues de todo, pero básicamente ojos de serpiente putrefactos y colas de ratas hipertensas –que a mí también me va la marcha- / Qué azcooo ¿y ezo dónde lo compran? / Ah, pues en la tienda de las brujas, que allí hay de muchos tipos y sabores y muy buenas ofertas / ¿Y me puedez llevar un día, anda mami polfi? / Qué disparate pero si eso da mucho miedo… / Anda mamí, polfi, puez que venga papi con nosotras / No porque te va a dar miedo / Que de verdad que no… que ademáz, yo me llevo el amuleto –que es un pedrusco contra el reuma de los chinos- / Vale pues cuando te comas la comida de mayor, te llevo / Biennn, pero la tortilla no, ¿vale? Que me da musho azco / Vale / ¿Y allí ze va en autobúz? porque yo me mareo musho…

Mamá, ¿las hadaz ezizten? / Claro / Yo es que un día vi una pero no sé si era un hada o una mozca grande, porque eztaba ozcuro pero no me picó ni nada y yo creo que era una hada porque laz hadaz no pican ¿a que no? / No, a no ser que tenga la rabia. Yo creo que lo que viste podría ser un hada-mosca, que son hadas que se convierten en moscas cuando viene la gente para que no las vean. / ¿Y zon mzscas normalez o llevan falda? / Hombre, llevan falda. / Puez yo creo que vi una en mi cole un día. / Seguro...

Yo ez que quiero tener poderez... / Y los tienes / Qué vaaa, mira – y hace como que lanza cosas con la mano en plan hechicera de teleserie barata- no zale nada / Pero a lo mejor tú tienes otro poder secreto como hacer que se cumplan los deseos / Anda puez yo creo que zí porque yo había dezeado ir al cine y hemoz ido… uauuu / ¿Ves? / Mira, ahora voy a dezear otra coza –y se coge la cabeza como si le estuviera dando un jaquecón mortal o un derrame, y vuelve a hacer el gesto de lanzamiento hechicero- jooo, había pedido tener poderez y no me zale / Pero porque son poderes a largo plazo / ¿Ezo ez que zon inviblez? / Claro / Qué guay

Y ayer mismo, estaba en el cuarto con el pater poniéndose el pijama y la escuché decirle: He penzado que para mi cumpleañoz no quiero la bici, mejor quiero una mazcota, pero una chuli. Quiero un unicornio que zea roza y morado y lo voy a llamar ‘María Magdalena’ porque es el nombre favorito de mami –ahí lo llevas, primera noticia- porque había penzado llamarlo Zandra pero creo que no le pega…

Y yo que soy de visualizar mucho las cosas ya he visto al unicornio bicolor llamado María Magdalena trotando por la casa, arrasando con el mobiliario y con Cigoto enganchado a las crines y la visión me ha llegado. Vamos, que ya estoy mirando por internet a ver si localizo uno a buen precio.

Si es que la juntera es lo que tiene. Que todo se pega.
Pues no me había creído que iba a descansar en mis vacaciones.

Cinco claves para reconocer a una madre desquiciada

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1.- La madre desquiciada trata de fingir que es normal mientras habla contigo pero sus ojos perturbados mirando a diestro y siniestro cada tres segundos para ver si la niña se ha comido la alarma de los pantalones pitillo de cintura baja o si el niño ha conseguido meterse dentro de la papelera cabeza abajo, la delatan. Y los pelos enmarañados de tres colores no definidos, también.

2.- La madre desquiciada no es que pase de cero a cien en tres segundos, es que se pasa la vida a cien, pero disimula de cara a la galería a base de minimeditación o lexatines y sólo necesita un pequeño empujoncito mientras paga en la caja, como que el niño se tire la bandeja de chicles a la cabeza y la cajera la mire torcido, para entrar en bucle de locura sin fin.

3.- La madre desquiciada siempre va corriendo pero siempre llega tarde a todos sitios. Da igual que empiece a arreglarse cuatro horas antes. Siempre alguien se hará caca a última hora o le vomitará sobre la camisa o se olvidará del bolso de Peppa Pig con el consecuente drama. Y llegará a su destino sudando como si estuviera en clase de spining, fucsia como cuando corría en las clases de gimnasia de 2º de BUP y con el humor de un ogro con la regla.  ¿Y encima se supone que tiene que pedir disculpas? On fire.

4.-  La madre desquiciada suele caer en la autocompasión y grita a la vez que llora mientras explica que lleva tres noches sin dormir y un mes sin depilarse y que la última serie que vio fue Cristal y ni siquiera la vio entera, y mientras se queja del malvivir, de pronto se acuerda de la última gracia de su niña o de un chiste que leyó en facebook y se muere de la risa. Y todo esto, hablándole a la reponedora de lácteos, que no la ha visto en su vida, y que no sabe si lanzarle el yogur líquido de piña a la cara o llamar a los de seguridad.

5.- La madre desquiciada siempre va cargada de bolsas y paquetes que va acumulando como si fuera una mula de carga sin consciencia de que se le van a partir las falanges, para luego colgarlos en el carrito del niño y llevarlo haciendo caballito por la ciudad, eso cuando no suelta el manillar para comerle la cabeza a algún transeúnte o gritarle a sus otros retoños y lo condena al suicidio cabeza abajo.  

Yo también quiero ser 'slow'

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Mi hermana, que también está mala de los nervios como yo, se compró hace un par de semanas la revista de Ana Rosa Quintana –muy triste todo- y al parecer mientras al niño se le bajaba la tensión de hipotermia en la piscina, pudo leer un reportaje sobre el movimiento ‘slow’ y desde entonces la tengo soseía con el asunto y lo que es peor, nos trata de evangelizar a los demás, como si no tuviera una ya bastante con las canciones de ‘Jezucrizto ez nueztro amigo’ que me canta la pelirroja a voz en grito a la amanecía, cuando aún no me he recolocado los órganos tras una noche de agresiones pelirrojiles.

La cosa consiste, al parecer, en la importancia de bajar el ritmo, reducir el estrés y vivir de una manera más sosegada y relajada. Menos trabajo, menos emails y menos móvil y más tiempo para las pequeñas cosas como dar un paseo, dormir la siesta, tomar una copa de vino con amigos en un porche al atardecer o desayunar en la cama. Nos ha jodío.

A mí, personalmente, me resulta curioso que los que han desarrollado este movimiento conocido anteriormente como ‘vivir bien’ piensen que es una opción, vamos, que una misma, pueda sentarse en el porche con una copa de vino y un libro y contar cervatillos salvajes y que le vuelva a regar el cerebro,  pero que en realidad prefiera perseguir a la pelirroja para desenredarle los nudos marineros de los tirabuzones o recoger las dos millones de piezas de las construcciones o las plastas de plastilina del sofá porque a una lo que le gusta es el malvivir y el sufrimiento, ser subversiva frente al movimiento slow. Rebelde que es una.

Sin embargo, yo que soy muy optimista y crédula y cada vez que me compro la Vogue me creo que en dos meses me voy a convertir en una modelo de pasarela y me mato de hambre y me echo pegotes de crema sin descanso, ni ton ni son, con movimientos circulares en el sentido de las agujas del reloj, decidí apuntarme a eso del movimiento slow, básicamente por ser moderna. Que a mí a moderna no me gana nadie.

Así que me propuse ser una slow de ésas y tratar de estar un poco menos loca, estresarme menos y relajarme más y para iniciarme, decidí darme un baño relajante, así a lo loco. Con mis sales y todo, que mira que llevaban años ahí esperando su momento que hasta estaban petrificadas y tuve que animarlas a salir con un tenedor de pescado.

Y me tumbé como una señora, una señora slow quiero decir, y justo cuando iba a entrar en trance, empezaron a empujar la puerta como si fuera una manada de búfalos salvajes…‘Mamá, ábreme que me eztoy haciendo musha cacotaaaaa y no puedo aguantaaaaaar’, así que tuve que salir chorreando de la bañera con los trozos de sal pegados en el escote y abrirle la puerta, para volver a meterme en la bañera resignada y aguantar a la otra haciendo sus cosas y comiéndome la cabeza sobre la necesidad de que le compre unos peces de colores y una bici de Peppa Pig.

Y por si aquello no fuera suficiente, apareció el pater para limpiarle el culete a la niña y el pelirrojo detrás con el micrófono cantarín haciendo sonidos guturales de hombre de las cavernas y no sé como se apoyó el pater para limpiar a la niña, que saltó el tornillo de la tapadera del váter y casi la descalabra. Todo esto mientras una fingía no ver nada y darle al slowismo.

Un par de gritos después para echar a la plebe del baño y de cerrar los ojos para recuperar la sintonización chakral, escuché el palmeo infernal del gateo del pelirrojo y un jaleo posterior como si estuvieran echándome la casa abajo y cuando abrí un ojo, me encontré a Cigoto de pie frente a la bañera, con la tapadera del wc colgada al cuello como un masai escatológico o un costalero de la Macarena, a punto de partirse el cuello, pero con fuerza suficiente para lanzarme el champú de un litro de Tresemme a la cara.

Y eso, y un moratón junto a la ceja derecha, fue lo que dio de sí mi movimiento slow. Qué vida perra.

Los superpoderes de Cigoto

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Cigoto, además de malvado, es un tipo listo. No listo, listísimo, aunque eso sí, sólo para tareas malvadas que le dan satisfacción a su instinto aventurero y me cargan a mí los niveles de estrés hasta el infinito y más allá.

Imagino que parte de este poder destructor viene dado por aquello de ser el segundón y de tener que buscarse la vida en más de una ocasión al compartir infancia con la pelirroja y los visionados en bucle de las princesas Disney y, claro, la criatura tiene que ir por libre e improvisar para darle algo de emoción a su existencia.

Así, antes de cumplir el año, era capaz de desenroscar cualquier tapón cerrado con fuerza media, por lo que lo mismo te abre una cocacola y –para mi terror- se bebe la mitad escondido detrás del sofá para inyectarse una dosis Premium de caféína, que te abre el tapón de una garrafa de aceite y te la vuelca en todo su esplendor sobre el suelo de la cocina.

O como hace unos días, que lo pillé comiéndose la pasta de dientes de Kitty de la hermana, perfectamente abierta y estrujándola como un adulto para no dejar ni una pizca, como si estuviera degustando caviar iraní y me costó perseguirlo por toda la casa para poder arrancársela y dejarlo llorando como una magdalena con la boca llena de flúor y eso sí, unos dientes súper blanqueados.

Otro de sus superpoderes le hace ser capaz de subir, bajar, escalar, escapar y saltar prácticamente de cualquier sitio por muchos cierres de seguridad homologados que tenga o muchas barricadas caseras improvisadas que nos hace parecer que estamos de continua mudanza o en pleno registro del FBI.

Y no sólo eso, Cigoto es capaz de encender el ordenador y moverse con el ratón por la pantalla y pasar las fotos del móvil. Si le das unas ceras y un papel pinta sus garabatos y cuando la hoja ya está emborronada, la pasa con sorprendente delicadeza como una maestra antigua y relamida, y sigue coloreando con dedicación.

Aunque a él lo que más le mola son las maldades, como ayer mismo, que lo tenía en remojo en la bañera, dentro de su sillita de seguridad, con el chorro saliendo del grifo para entretenerlo, mientras yo trataba de fregar el lavabo corriendo como las locas antes de que se hartara del invento y él se peleaba con los botes de champú y las barbies flotando a su alrededor. Bueno, pues mientras yo fregaba como si me hubieran dado cuerda, de pronto noté un chorró a presión de agua en el cogote, me giré aterrorizada y me vi –entre los chorros de agua como una Carmen Maura venida a menos- a Cigoto, que había sido capaz de levantar el tapón de las dos mil toneladas que además siempre se atasca, para que el agua saliera por la alcachofa, pero eso sí, desenroscándola antes para que no saliera disparada como una serpiente venenosa. Y ahora la levantaba entre sus minimanos blancas y malvadas mientras ponía chorreando todo el cuarto de baño nivel tirar rollos de papel higiénico, las revistas y tener que poner dos toallas grandes en el suelo para calmar la inundación, eso sin contar la ducha escocesa a traición y los lavados nasales a los que fui sometida hasta que logré arrancarle el mango y la sonrisa maquiavélica de la casa.

Pues eso, que notario no sé, pero pandillero seguro.


Noches de verano y otros terrores

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Como este verano estábamos ávidos de emociones, decidimos meter la cama de la pelirroja en nuestro cuarto, entre la de matrimonio y la cuna del hermanísimo, como si estuviéramos en una casa de vecinos de la posguerra o en el dormitorio de Charlie el de la Fábrica de Chocolate, hacinaditos y compartiendo patadas nocturnas y ronquidos, cual familia bien avenida.

La idea me vino en uno de esos días en los que el cerebro no me riega bien y me descubro lanzando propuestas terribles con las que al final acabo perdiendo las ganas de vivir.

En este caso, la cosa estaba justificada porque en el cuarto de la niña no hay aire acondicionado y hace un calor nivel Sáhara a las cuatro de la tarde y me parecía un pelín feo tenerla ahí a la criatura derritiéndose sobre la almohada como los relojes de Dalí, mientras el pater, Cigoto y yo dormimos al fresco, lampando por una neumonía triple.

Y la otra razón, que acabó por decidirme –que todo hay que contarlo- es que tengo los ojos tan hundidos que ya están más cerca de la nuca que de la nariz a causa del maldormir y el malvivir en general, eso sin contar la cara –la mirada y la mente- de loca, la chepa de agotamiento extremo y el sueño eterno, así que tener una opción que me librara de pronto de los viajes nocturnos a la cama de la pelirroja –dando traspiés como un borracho de feria- porque tiene susto o quiere agua o está hablando dormida, era una apuesta segura para dormir un poco mejor, que mejorar lo que ya tenemos tampoco es difícil.

Pero nada más lejos de la realidad. Como todas las ideas que se nos ocurren, que en lugar de ayudarnos a levantar cabeza nos la terminan de encajar en el malvivir, como si estuviéramos predispuestos por una extraña vocación de sufrimiento o una maldición gitana.

Así que ahora, efectivamente, no he de levantarme e ir de excursión al cuarto de fuego porque la pelirroja está allí al ladito del pater, roncando y con tirabuzones sobre la cara, y todo es felicidad, hasta que en plena noche se despierta y decide lanzarse en plancha sobre nosotros, así sin previo aviso y como en un partido de rugby improvisado, a las tres de la mañana cuando yo acabo de alcanzar el REM y no sé si voy o vengo, la cabeza y medio tronco partiéndome mi cintura de un golpe seco y el resto del cuerpo sobre el del pater, que ya ni se despierta, acostumbrada la criatura al maltrato nocturno y, claro, unas piernas no son una cabeza artificialmente endurecida a base de cuatro yogures diarios.

Y después de los sustos iniciales y de recolocarnos, tomando nuevas posiciones y cambiándonos todos de sitio como en el juego de las sillitas o en una película de Luis de Fune, volvemos a dormir o a intentarlo hasta un nuevo ataque de la pelirroja ninja… que ahora entiendo la mala cara que tiene el pobre ratón-oso-raruno de Imaginarium con estas noches infernales que pasa con la primogénita desde el inicio de sus días.

Pero ahí no queda todo. El pelirrojo no lleva nada bien haber sido desplazado hasta la pared y que ahora su cuna no linde con el pater sino con la cama de la pelirroja a la que no puede ni ver.

Así que cada vez que se despierta se sienta en la cuna y pega la cara entre los barrotes, como Jack Nicholson en el El Resplandor, y cuando ve a la pelirroja allí tumbada, entra en bucle de enfado y nos toca sufrir su llanto furioso sin fin, para protestar por el ultraje al que ha sido sometido.

Por el contrario, si en uno de los bailes regionales nocturnos que nos traemos, acabo yo o el pater en esa cama y Cigoto nos echa el ojo en una de sus vigilancias de madrugada, vuelve a tumbarse, se coloca el chupete y se duerme hasta la próxima ronda.

Así que ahora le pongo la chichonera por ese lado de la cuna para que no pueda guispar a la pelirroja y se crea feliz junto al pater, aunque tampoco es que haya sido la  idea del siglo, primero porque me obliga a ponerme en pie y acercarme a la cuna de vez en cuando para ver si Cigoto sigue respirando –sí, aún seguimos con eso- porque ahora con la chichonera no le veo la cara, y segundo porque cuando se despierta y trata de iniciar su ronda de vigilancia y se encuentra con el invento, lo arranca con furia y se lo lanza a la cara a la pelirroja, quien, si no me doy cuenta, acaba durmiendo con el enguatado sobre la frente y sudando como un pollo, más aún que cuando estaba en el dormitorio del fuego eterno, aunque con el armonioso fondo acústico de los gritos del hermanísimo exigiendo volver al lugar que merece.

Pues eso, que ahora los ojos se me han hundido tres milímetros más.

La 'espantá' o cómo maltratar a una madre

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Lo mejor para que los demás conozcan el malvivir en el que andas inmersa y que tus quejas y tu bipolaridad no son fruto de una locura transitoria sino de un agente externo en forma de pelirrojos hiperactivos, es pasarle el marrón y dejarlos a solas con el objeto de tu mala vida, es decir, con tus amados retoños, como al que lo dejan en una habitación a oscuras con una cobra constrictor. A traición.

A mi favor he de decir que no fue por maldad sino por necesidad -una necesidad de fiesta, pero una necesidad al fin y al cabo- el hecho de que mi hermana y yo le dejáramos los retoños a mi madre, los tres, así sin anestesia ni receta de ansiolíticos, pero con un poco de gustillo, que todo hay que contarlo, para que sufriera en sus carnes a los dos pelirrojos con su día y su noche, mientras en su cabeza resonara el 'hija mía no será para tanto', que me suelta cuando entro en maratón de queja sin fin.

Así que a la pobre criatura le soltamos a los tres, a bocajarro, con el valor añadido de que el primísimo y la pelirroja se llevan a matar y que Cigoto -que ése es otro tema que da para un libro de dos tomos- ha empezado a andar, ampliando el campo de hacer maldades y de coquetear con una muerte violenta.

No sé si fue el hecho de que no se durmieran hasta la una y media de la madrugada saltando en la cama como monos cocainómanos, o que cuando se durmieran la cosieran a patadas sin compasión haciéndola huir de la cama y de una rotura de cadera asegurada, o que se mataran vivos por ver quién se colocaba al lado de Cigoto hasta que Cigoto se despertaba y huía a aporrear la vitrina con un zapato a las doce de la noche o a encerrarse en el baño con un ataque de ansiedad preescolar, o que mi padre les comprara un walkie-talkie que hacía el ruido de un reactor nuclear y tenía aterrorizado al vecindario, o que Cigoto gustara de deslizarse y tumbarse en la segunda planta de la mesa de cristal de centro como Tom Cruise en Misión Imposible jugándose la vida y la epidermis o que arrancara la pintura de la pared y la saboreara como un manjar prohibido o que mi hermana y yo el echáramos cara al asunto y no apareciéramos hasta las seis de la tarde... la cuestión es que cuando llegamos, la mamma no sólo había perdido las ganas de vivir sino que había menguado como diez centímetros de altura y tenía ojos de cabra.

Cierto es que ahora sabe lo mal que vivo y eso reconforta, pero por otro lado tengo un sentimiento de culpa la mar de malo porque ahora que ha mirado a los ojos al abismo, igual nunca puede recuperarse, como el que es testigo de un suceso violento o vio a Rappel en tanga de leopardo. Un drama.


Las fiestas son para guardarlas, que ya lo decía mi abuela...

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Amores míos... en Málaga estamos de puente hasta el martes, así que actualizaremos mañana sin falta, que no está bonito eso de colgar textos en fiestas de guardar...

Entretanto, os dejo con el post que publicamos en El Planeta del Bebé sobre Cigoto El Caminante... que no ganamos para estrés!

Nos vemos mañana!!




Cigoto y su andador


Cigoto es un chico listo. Listísimo. Y no porque yo sea su madre y tenga las endorfinas a punto de ebullición, sino porque el pequeño pelirrojo se ha acostumbrado a buscarse la vida ninguneado por la familia -que no damos abasto para sobrevivir- y a dar por hecho que por eso de ser el segundo le tocaba espabilar y claro, la criatura se ha puesto las pilas.
 
Sabe abrir botellas para derramarlas por el suelo, trepar por todo lo trepable –y lo intrepable también- comer cables, meterse lápices por la nariz, comer solo lanzando papilla, yogur y boquerones contra la televisión, hacer montañas con las construcciones para luego estamparlas contra la pared, abrir y meterse en los cajones y muchas otras proezas maravillosas que nos tienen en un sinvivir y en un inicio de depresión severa.

La guardería y otros milagros

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Cigoto ha empezado la guardería y en casa estamos como si nos hubiera tocado el Euromillón, aunque sólo vaya en horario de adaptación de poco más de una hora diaria, pero una hora con sus sesenta minutos y sus 3.600 segundos es mucho cuando se convive con un pelirrojo malhechor tendente al suicidio y al homicidio, que el otro día en casa de mi madre se hizo con una patata de medio kilo y nos amenazó a mi padre y a mí con tirárnosla a la cara y tuvimos que taparnos con un cojín para garantizar nuestra seguridad.

Él, de momento, lo lleva muy bien, porque con este poco tiempo del que disponemos en casa entre la primogénita y la lectura -que eso es otra película de terror-, los trabajos oficiales y los extraoficiales y la mínima limpieza de la casa para que no nos denuncie Sanidad, al pobre Cigoto no le hace caso nadie a no ser que sea para atender sus necesidades básicas o evitar que se deje la vida en cualquiera de sus hazañas cual funambulista sobre la mesa del comedor o comiéndose las tapillas de los tacones de la hermana. Vamos, que con la criatura no juega ni el Tato de Jerez, así que al ver a una mozuela dispuesta a entregarse a él en cuerpo y alma y a jugar con él a la pelota y a bailar las canciones del Cantajuegos sin más preocupación que la de seguir el ritmo, pues claro el chaval se me ha emocionado.

Así el primer día no lloró ni una lágrima, loco con la expedición entre nuevos juguetes y nuevos compañeros de fechorías, pero es que el segundo día hasta le echó los brazos a la señorita, lampón por alejarse del lado de la pelirroja y del pater y lanzarse de lleno al mundo educativo.

El tercer día estaba más reticente, pero la seño nos dijo que había estado contento, pero eso sí persiguiéndola por todo el aula para que lo cogiera en brazos y lanzando juguetes contra la pared en plan Intifada y en señal de protesta mientras los compañeros lloraban desconsolados, según la seño por echar de menos a sus padres, según yo misma, de terror de haber caído en la misma clase que Cigoto El Castigador.  Y ni siquiera por esas, lograron contagiarle el llanto a la pequeña bestia de pelo rojo.

De hecho, ahora que es fin de semana, lo noto depresivo, como si pensara que aquello fue un espejismo que tal como llegó se fue y que se va a ver condenado un curso más, a ver a la hermana bailar en el salón y a tragarse maratones de La Princesa Sofía, mientras trata de masticar los cables de la televisión, en lugar de codearse con otros compinches y maltratar a la seño, que según el pater ya no le sonríe tanto como el primer día.

Y es que cuando la maestra pase un par de semanas con el pelirrojo suplente, sufriendo sus maldades y su falta de miedo ante cualquier peligro, seguro que nos declara personas non gratas y echa a Cigoto de la guardería, alegando que el niño está poseído por las fuerzas del indramundo, lo que bien pensado no estaría del todo mal sobre todo si el Vaticano nos manda un exorcista, que lo mismo me arregla al niño que lo pongo a leer con la niña el Letrilandia o a batirle un par de huevos para la pelirroja, ahora que por fin se ha lanzado a comer tortilla de patatas.

Si es que todo es organizarse.

Vuelta al cole. Vuelta al estrés.

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La vuelta al cole es maravillosa. Hasta ahí todo estamos de acuerdo. Que el hecho de que te quiten a los niños cinco horas cada día es como que te toque el sueldo Nescafé dos veces. Que desde que los pelirrojos han sido expulsados por las mañanas rumbo a la escolarización, al pater se le ha cambiado la cara y ya no tiene ojos de cadáver resucitado. Salvo los fines de semana, claro, que ése es otro cantar.

Sin embargo, la vuelta al cole también tiene su poquito de estrés, máxime si eres una madre agotada, con pérdidas de memoria y sin tiempo ni para orinar sentada, porque la vuelta al cole requiere de una serie de preparativos como una boda gitana, que te deja exhausta con listas, búsquedas del Santo Grial por librerías, papelerías y otros locales amigos, mensajes de whatssap con otras madres desesperadas, compras equivocadas y un ataque de ansiedad con el letrilandia de cuadrícula que debía ser de pauta o que es de pauta y debía ser de cuadrícula. Un sinvivir.

Yo como ya no tengo energía más que para arrastrarme, dejé lo de los libros para septiembre que así lo hacía mi madre y todas llegamos a la universidad, pero claro, cuando El Corte Inglés te dice que reserves es porque tienes que reservar, que esa gente sabe de lo que se habla y hay que hacerle caso. Pero claro, yo con esto del slow y la subversión, lo fui dejando y cuando me planté en septiembre con mi lista de dos folios a hacerme con los libros y el material escolar de la niña, se rieron de mí porque básicamente era como comprar turrón de Alicante en julio, que poder se puede, pero que hay que currárselo.

Y así fue como anduve pordioseando libros por las papelerías de media Málaga, con la ansiedad de una yonqui, para al final acabar comprando libros equivocados, todo un clásico personal, encargando otros agotados y organizándome con otras madres cual guerrilla colombiana para hacernos con los geoplanos que eran como sangre de unicornio y sólo se podían encontrar en una tienda de la conchinchina, cuando la luna llena coincidía con el primer viernes de mes.

Así que tras mucho sudar y mucho sufrir completamos la lista, bajando un punto de tensión a cada tachado y volviendo a recuperarlos tras hacer la cuenta de la broma, que supera los 200 euracos. Maravilloso.
Pero ahí no acaba todo porque como también soy madre negligente pues claro, ahora que empieza el cole, empiezan las prisas por leer, y después de un verano de permisividad extrema, tengo a la pobre pelirroja echando jornadas indefinidas en el sofá, leyendo al panadero p y al lechero l en bucle para que la seño no se dé cuenta de que somos unas flojas y nos eche la bronca nada más empezar el curso. Con lo feo que está eso y el mal karma que genera.

Y cuando ya creía que estaba todo listo, me he acordado de que no he forrado los libros, lo que al parecer en el colegio es motivo suficiente para que te quiten la custodia, y aquí estoy como una mona forrando y poniendo nombres -que como alguien me mangue un libro con lo que me ha costado encontrarlos, lo mato- mientras Cigoto lame el papel de celo lampando por una asfixia severa que lo libere de la guardería que según la mamma el niño está deprimido desde que ha empezado el colegio.

Y entretanto, la pelirroja va haciéndome un pase de modelos con los uniformes, que por supuesto, le quedan todos estallando y yo voy estornudando a cada giro del ataque de alergia que me dan los ácaros acumulados en tres meses de asueto escolar y mientras me despego el forro de las manos y escribo el nombre de la niña tres millones de veces y firmo cuarenta autorizaciones, me planteo que igual lo de la vuelta al cole es una maravilla, pero que pagar se paga. Y no sólo con euros. Válgame dios.
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