Ya os adelantaba ayer la necesidad que tuvimos estas navidades de crear un lenguaje alternativo y altamente secreto para poder hablar de los regalos de sus Majestades los Reyes y el denostado Papa Noel para que la niña -que a pesar de su empanamiento crónico, ya anda ojo avizor- no acabara descubriendo la farsa. Pues bien, eso no ha sido más que la punta del iceberg del miedo atroz que nos ha perseguido estas fiestas y cuyas situaciones más habituales y generadoras de ansiedad paso a enumerar:
1.- Los padres que compran los regalos con sus hijos. Esos padres. Vale que no puedo clavarles astillas bajo las uñas –y no por falta de ganas- por privar a sus retoños de la ilusión y el factor sorpresa, pero sí que puedo ponerles cara de ‘voy a reventarte la caja de los Playmobil en la cabeza si vuelves a decir en voz alta que les estás comprando los juguetes para los Reyes’ mientras las madres acojonadas como yo que pasean con sus niñas crédulas e inocentes, tenemos que esquivarlos escondiéndonos por los pasillos, como quien huye de la camorra italiana y lanzándonos a cantar por Pimpinela frente al hospital de las Barriguitas para que la niña no escuche el presupuesto que tiene cada uno de sus retoños para el 6 de enero.
2.- Las abuelas despistadas y los nopadres olvidadizos. Las abuelas que van por el mundo creyendo que nadie las oye y en mitad del silencio del salón sueltan aquello de ‘vengo estrosaíta de comprar los regalos de Reyes’ o ‘que mira, que ¿qué le cojo al chiquitillo para Santa Claus?’ mientras yo les espurreo la Cocacocazero a la cara del disgusto y trato de hacerles entrar en razón con guiños nivel cincuentón de discoteca o nivel me ha entrado un avión en el ojo y extraños cambios de conversación y miro de un lado a otro como un demente paranoico para comprobar el nivel de daños y si la situación es o no recuperable, mientras las abuelas siguen a lo suyo, enseñándome el papel de regalo en el que piensan envolverlo todo. Y luego están esos nopadres que viven felices y libres de censura pudiendo ver películas de Almodóvar a las tres de la tarde, decir palabrotas a destajo y hablar de sus inversiones para los Reyes como si los niños que creen en los Reyes estuvieran afectados por una sordera irreversible.
3.- El poder de la omnipresencia. Que a ver, que me parece muy bien que el colegio les traiga a un Santa Claus escuálido para que le entreguen las cartas y hagan una fiesta con ganchitos y porquerías varias para que los peques se lo pasen en grande, el problema viene cuando esa misma tarde vamos a un centro comercial y vemos a otro Santa Claus visiblemente más viejo y con un traje de los chinos y que por la noche, mi tía me mande un vídeo con un tercero con barba auténtica y 200 kilos de peso y luego en Navidad que sea mi primo Adolfo el que se disfrace con sus ojos verdes y sus músculos de acero… Normal que la niña acabe mosqueada ante este despliegue papanoelero y yo me tenga que inventar mil historias para justificar las oscilaciones de peso y edad del caballero… sudando frío del mal rato y con las neuronas trabajando a destajo como si hubiera hecho un viaje en el tiempo en el Delorean a la Selectividad.
4.- Los niños cabrones. Si has descubierto que los Reyes son los padres te jodes. Deja a los demás vivir, hombre ya.
5.- La propia noche de Reyes. Esto precisa de un post propio pero sólo hablaré de ese miedo en el cuerpo de cuando estás a las dos de la madrugada envolviendo regalos como si fueras un mimo, con el corazón en la boca y mirando para todos lados por si ves aparecer un tirabuzón pelirrojo por el quicio de la puerta y justo cuando crees acabar con éxito la misión, el pater tropieza y tira una bolsa entera de caramelos sobre el parqué… y lo matarías ahí mismo si no fuera porque te está dando un infarto porque la niña ha empezado a toser… Eso sí que da miedo y no la niña de The Ring.