Digan lo que digan, que cantaría Raphael, los niños no quieren ser princesas, al menos la mayoría, de hecho ni siquiera quieren ser príncipes con lo que mola tener tupé e ir por la vida rescatando a princesas semimuertas y cantarinas, los niños quieren ser cosas muy feas, no entiendo yo por qué, como Gormittis o Pokemon o Tortugas Ninja o cualquier cosa que justifique dar muchos gritos y pegar patadas y gritos al sofá con cara de sádico de película de Steven Seagal o de mí misma los lunes a las seis de la mañana.
Como Cigoto es pequeño yo no había descubierto todo esto y de vez en cuando se dejaba travestir de Rapunzel y se dejaba dar vueltas como una peonza por la princesa mayor, que en estos casos también pone cara de sádica, pero de sádica monárquica tipo Enrique VIII, hasta que el chiquillo se quedaba solo en mitad del salón al borde del vómito, con la tiara tapándole los ojos y cara de haberse bebido tres gintonics de garrafón.
El problema es que Cigoto se hace mayor y se ve que junto a los niveles de maldad también le crecen los de testosterona y ya se niega a entrar por el aro. Vamos, que ya no se quiere poner ni el de Cenicienta limpiadora que es el más sencillito que tenemos, sin una purpurina ni un volante ni un ná, y las tiaras o se las arranca violentamente o se las pone en la cara a modo de yelmo, arranca el palo del recogedor y nos embiste a todos, imagino que a modo de venganza. Como si no tuviéramos suficiente venganza con las noches de fiesta y algarabía de pelirrojos asaltando el lecho conyugal con sustos, pipís, vómitos, chupetes perdidos y otras lindezas para hacerme envejecer a marchas forzadas. Que no hay derecho.
Y la pelirroja se pone negra y viene a mí ultrajada para decirme que su hermano no quiere jugar a la cocinita ni bailar el vals y que le ha dado un balonazo en la cara mientras vestía a la barbie y antes de que pueda reaccionar aparece el loco de la colina tratando de patinar sobre el coche de Peppa a la pata coja cuando todavía tiene los puntos de la ceja frescos y yo el corazón encogido.
Y para más inri ya no quieren ni compartir televisión y Cigoto ya no quiere la princesa Sofía, con lo que a él le gustaba, sino que ahora sólo quiere Cars, con la malapipa que tienen, y unos dibujos muy feos del canal XD de Disney que es para niños hipermasculinados que dan miedo con unas caretas feísimas y que se pasan el día luchando contra cosas varias, pero mire usted, es ponérselos al hermanísimo y ya no hay riesgo de muerte mesa abajo ni de desastres hogareños nivel te voy a vaciar dos botellas de agua sobre la manta paduana.
El problema no es por mí, que yo cual malamadre soy capaz de dejarle ver Saw en bucle con tal de que me deje vivir media hora, que cuando se es madre, media hora es una vida, el problema lo tiene la primogénita que vestida de novia gitana –me lo pongo todo, me lo pongo todo- quiere ver a las princesas disney en acción mientras Cigoto que ni habla ni pensamiento tiene de hacerlo, grita como si fuera Tarzán o la alumna de Anna Sullivan hasta que le ponemos Spiderman y ya se nos calma, para que entonces la pelirroja se ponga a hacer pucheros tirada en el suelo como si hubiera muerto alguien y con el cancán tapándole la cabeza.
Miedo me da que lleguen a la adolescencia. De momento, aún nos queda Peppa Pig como terreno neutral y aunque el pater y yo nos sepamos los diálogos y hasta los eructos de memoria supone un punto de encuentro para las hormonas de los pelirrojos, que se quedan pegados a la tele como si una fuerza paranormal los atrayera. Y a veces, algunas veces, hasta puedo echarme crema.
Quién me iba a decir a mí que le iba a deber tanto a una cerda.
Quién me iba a decir a mí que le iba a deber tanto a una cerda.