Sí, soy de esas madres que fingen que oyen a sus hijos mientras en realidad repasan mentalmente el trabajo pendiente, si ha dejado o no puesta la lavadora o las equivalencias de la tabla periódica, si me apuran, todo con tal de no seguir las conversaciones en bucle y las preguntas encadenadas del pelirrojismo. Lo confieso.
Y es que la nena es de las que no se callan ni un segundo y que precisan de atención auditiva continua y algún que otro asentimiento verbal que le confirme que estoy al tanto de la última aventura de Dora y la princesa de Cristal, tanto así que cuando sospecha que estoy hibernando me coge la cara con las dos manos habitualmente pegajosas -un gesto que yo no suelo esperar y que me deja al borde del infarto- y me grita. ¿¿Me eztáz ezcusshando, mamá??
Y, claro, yo digo que sí, aunque habitualmente es que no y trato de ponerme al día en los tres segundos que tardo en contestar con el mismo miedo en el cuerpo de cuando la profesora de Arte me sacaba de una conversación con mi amiga para preguntarme qué estaba ella explicando. Más o menos.
Y, claro, yo digo que sí, aunque habitualmente es que no y trato de ponerme al día en los tres segundos que tardo en contestar con el mismo miedo en el cuerpo de cuando la profesora de Arte me sacaba de una conversación con mi amiga para preguntarme qué estaba ella explicando. Más o menos.
El problema ya no es que la pelirroja sospeche que su madre pasa de sus conversaciones, que lo sospecha, sino en que a veces el karma por haber sido una malamadre me escupe en la cara y me acaba metiendo en unos berenjenales de los que luego no tengo ni idea de cómo salir.
Y es que cuando la niña me habla y yo pongo el piloto automático -sobre todo cuando la llevo en el carrito- a mi poco interés en sus relatos, se suma que no tengo capacidad auditiva como Lobezno para filtrar el sonido ambiente y recuperar todos los datos... y para apañarme, voy contestando a todos los tonos interrogativos que voy identificando con un 'sí' o un 'claro', básicamente porque habitualmente las preguntas acaban con un 'a que zí mamá?' y no quiero que sospeche que no la estoy oyendo y entre en bucle violento o lo que es peor, se dé cuenta de que Dora me interesa casi tanto como el Estado de la Nación Noruego.
El problema es que a veces no me habla de Dora ni de Peppa Pig ni de la princesa Aurora... a veces me habla de que no va a ir más al colegio o que no va a comer nunca más o que le voy a comprar muchos regalos,a lo que al parecer yo me voy comprometiendo mientras empujo el carro y pienso en los gases nobles.
Así que cuando, inocente de mí, llego a casa y le preparo la comida -sí el potito, aún seguimos así- me dice que ella no va a comer y que además ya me lo ha dicho y que yo se lo he prometido y que las promesas no se rompen... me pilla en bragas y con la cara descompuesta de pensar en todas las barbaridades que he sido capaz de apoyar en el último trayecto desde el cole porque es probable que un día de estos me pida una moto o un piercing en la ceja y yo se los conceda alegremente mientras mi mente divaga por la nueva colección de Inditex.
Aunque, ahora que caigo, pensándolo bien y conociendo al pelirrojismo como lo conozco, tampoco me extrañaría que se hubiera coscado de que no la escucho y me esté haciendo pagar la afrenta. Como si lo viera.