Mi hermana, que también está mala de los nervios como yo, se compró hace un par de semanas la revista de Ana Rosa Quintana –muy triste todo- y al parecer mientras al niño se le bajaba la tensión de hipotermia en la piscina, pudo leer un reportaje sobre el movimiento ‘slow’ y desde entonces la tengo soseía con el asunto y lo que es peor, nos trata de evangelizar a los demás, como si no tuviera una ya bastante con las canciones de ‘Jezucrizto ez nueztro amigo’ que me canta la pelirroja a voz en grito a la amanecía, cuando aún no me he recolocado los órganos tras una noche de agresiones pelirrojiles.
La cosa consiste, al parecer, en la importancia de bajar el ritmo, reducir el estrés y vivir de una manera más sosegada y relajada. Menos trabajo, menos emails y menos móvil y más tiempo para las pequeñas cosas como dar un paseo, dormir la siesta, tomar una copa de vino con amigos en un porche al atardecer o desayunar en la cama. Nos ha jodío.
A mí, personalmente, me resulta curioso que los que han desarrollado este movimiento conocido anteriormente como ‘vivir bien’ piensen que es una opción, vamos, que una misma, pueda sentarse en el porche con una copa de vino y un libro y contar cervatillos salvajes y que le vuelva a regar el cerebro, pero que en realidad prefiera perseguir a la pelirroja para desenredarle los nudos marineros de los tirabuzones o recoger las dos millones de piezas de las construcciones o las plastas de plastilina del sofá porque a una lo que le gusta es el malvivir y el sufrimiento, ser subversiva frente al movimiento slow. Rebelde que es una.
Sin embargo, yo que soy muy optimista y crédula y cada vez que me compro la Vogue me creo que en dos meses me voy a convertir en una modelo de pasarela y me mato de hambre y me echo pegotes de crema sin descanso, ni ton ni son, con movimientos circulares en el sentido de las agujas del reloj, decidí apuntarme a eso del movimiento slow, básicamente por ser moderna. Que a mí a moderna no me gana nadie.
Así que me propuse ser una slow de ésas y tratar de estar un poco menos loca, estresarme menos y relajarme más y para iniciarme, decidí darme un baño relajante, así a lo loco. Con mis sales y todo, que mira que llevaban años ahí esperando su momento que hasta estaban petrificadas y tuve que animarlas a salir con un tenedor de pescado.
Y me tumbé como una señora, una señora slow quiero decir, y justo cuando iba a entrar en trance, empezaron a empujar la puerta como si fuera una manada de búfalos salvajes…‘Mamá, ábreme que me eztoy haciendo musha cacotaaaaa y no puedo aguantaaaaaar’, así que tuve que salir chorreando de la bañera con los trozos de sal pegados en el escote y abrirle la puerta, para volver a meterme en la bañera resignada y aguantar a la otra haciendo sus cosas y comiéndome la cabeza sobre la necesidad de que le compre unos peces de colores y una bici de Peppa Pig.
Y por si aquello no fuera suficiente, apareció el pater para limpiarle el culete a la niña y el pelirrojo detrás con el micrófono cantarín haciendo sonidos guturales de hombre de las cavernas y no sé como se apoyó el pater para limpiar a la niña, que saltó el tornillo de la tapadera del váter y casi la descalabra. Todo esto mientras una fingía no ver nada y darle al slowismo.
Un par de gritos después para echar a la plebe del baño y de cerrar los ojos para recuperar la sintonización chakral, escuché el palmeo infernal del gateo del pelirrojo y un jaleo posterior como si estuvieran echándome la casa abajo y cuando abrí un ojo, me encontré a Cigoto de pie frente a la bañera, con la tapadera del wc colgada al cuello como un masai escatológico o un costalero de la Macarena, a punto de partirse el cuello, pero con fuerza suficiente para lanzarme el champú de un litro de Tresemme a la cara.
Y eso, y un moratón junto a la ceja derecha, fue lo que dio de sí mi movimiento slow. Qué vida perra.