Que te den vacaciones cuando tienes hijos es una cosa muy fea y de muy mal gusto, que debería estar penada por ley o denunciada por Amnistía Internacional o Cruz Roja o Pablo Iglesias o algo, porque todo el mundo sabe y quien no lo sabe es porque no tiene hijos o no tiene vacaciones, que el binomio días libres-hijos es lo peor que os puede pasar a ti y a tus nervios –a los pocos que te queden medio utilizables- junto a un maratón de cumpleaños infantiles, que para más inri, también suelen sucederse en verano.
Una, que es ingenua y optimista como la que más, estaba como loca con esto de tener vacaciones y había hecho mil y un planes para disfrutarlas como dios manda. Y mira, que había bajado el listón y ni siquiera había pensado en escaparse una semana a un hotelito de costa, qué disparate, una se conformaba con tomarse unas copichuelas con las amigas, broncearse en un hamaca de playa de su ciudad, hacerse unos largos en la piscina, salir a comer, a cenar, al teatro y hacer todas esas cosas que hace la gente normal cuando está en vacaciones.
En mi defensa diré que este es mi primer trabajo ‘serio’ desde que soy madre y con serio quiero decir con un horario y con un sitio físico al que ir, así que era novata en esto de las vacaciones familiares y todo era utopía.
Por supuesto, la realidad es bien distinta, sobre todo en mi caso, que he de huir de casa cada día para que el pater pueda terminar alguno de sus trabajos que los pelirrojos tienden a boicotear, así que me tiro a la calle como una cualquiera, enganchándome a los planes más terroríficos para divertir a lo niños y entretenerlos hasta que el pater termine sus quehaceres, que empiezo a descubrir que no piensa acabar nunca, que aquí el más tonto te hace un reloj.
La cuestión es que un día me voy a la piscina y achicharro a los pelirrojos aunque me pase el día enyesándolos en factor 50 y arrinconándolos en la sombra, inflando manguitos y muriendo de hipotermia y exceso de cloro mientras la nena finge que sabe bucear porque mete la cara en el agua hasta que pierde oxígeno y Cigoto me patea el hígado tratando de soltarse de mí y nadar libre rumbo a la depuradora.
Otro plan es el paseíto interminable que empieza a la amanecía y que incluye parque infantil a 40 grados malagueños, con la pelirroja pelándose el culo en el tobogán, helado en Casa Mira que acaba refregado sobre mi vestido mientras Cigoto se rebela en el carro y grita rompiendo la barrera del sonido para que todas las señoras me miren como si yo lo estuviera matando y culminando en el mcDonalds o Burger King con ensalada tristérrima y parque de bolas infernal. Y por la tarde, café con la mamma o museos o cualquier otra cosa que me lleve hasta la muerte por agotamiento, cuando vuelvo a casa arrastrándome, y con suerte me lavo la cara antes de caer en coma en el sofá.
Otras veces innovamos como ayer mismo (hoy), que nos tiramos a ver la procesión de la Virgen del Carmen en familia, desde las once de la mañana, con un sol de justicia abrasándonos el cogote, con un pelirrojo poseído por las fuerzas demoníacas del mal, luchando por gatear y arrastrarse por cualquier suelo o carretera que se cruce en su camino, si hay colillas mejor, coqueteando con el suicidio cabeza abajo, con la pelirroja matándose viva con el primísimo, y conmigo arrastrando los pies y el alma detrás, al borde de la muerte. Y después, comida y café y helado y regue de quince segundos para que mi hermana que es una lianta como la mamma, me meta de estrangis en una especie de feria de pueblo con cuatro atracciones descatalogadas de la antigua URSS, a morir de tristeza y cansancio a ritmo de Bachata y tómbolas.
Y por si no fuera poco estar allí más muerta que viva tirando de dos millones de globos, una comba, un arco con hacha de plástico, dos botellas de agua, chucherías, un agotamiento crónico y dos enanos hiperactivos, me dice mi hermana que me monte con mi sobrino en una especie de zigzag inofensivo, que ella tiene las cervicales muy mal y que al chiquillo le hace ilusión.
Sólo diré que ahora soy yo la que tiene las cervicales mal. Y la médula peor. Y náuseas como de embarazada en el primer trimestre, montada en un globo del revés, y un brazo con más moratones que un yonqui, y unos mareos que ni mi tía cuando le saltó el audífono en Eurodisney. Vamos, que yo creo que esa atracción ni estaba homologada ni nada. Que no hemos muerto de milagro de los cabezazos que nos han dado contra el asiento, que yo creo que el feriante se había cabreado con la mujer y las ha pagado con nosotros, pobres criaturas levantadas desde la amanecía. De hecho han tenido que parar para que una chiquilla que le estaba viendo los ojos a la muerte, se bajara aterrorizada a los cinco minutos de empezar, cuando ya todos creíamos que se había acabado el tormento. Pero cuando el resto de los que estábamos allí quisimos seguirla, nos volvieron a asegurar el cierre y otros cinco minutos más de tortura, que se ve que allí no se montaba ni el tato y querían agasajarnos con veinte vueltas extras. Vamos, que ahora estoy escribiendo esto a la una de la madrugada mientras la pelirroja salta en la comba de los chinos que se ha ganado en los patitos, despertando a medio vecindario, y no sé si terminar el post o abrirme la cabeza sobre el teclado.
Y todavía me queda una semana de vacaciones.