Si hay una tarea imposible en esta casa desde que somos familia numerosa, además de ver algo en la tele que no sea la Princesa Sofía, es dormir del tirón. Y cuando digo dormir del tirón no me refiero a dormir ocho horas como las modelos ésas que dicen que miden 1’80 y pesan 50 kilos porque duermen bien y beben mucho agua… Digo dormir tres horas seguidas para que las neuronas se me regeneren y no parecer lerda a las seis de la tarde y también, por qué no decirlo, para que se me ponga el cuerpo de Blake Lively.
Aquí, estamos echados sobre la cama haciendo como que dormimos como seis o siete horas cada noche, durmiendo en períodos de hora y media entre los que alternamos divertidas actividades en familia como cambiarnos de cama quince veces seguidas como en un espectáculo de Bennie Hill, mecer bebés demoníacos, calmar a niñas asustonas con pelos de escoba, traer y llevar botellas y biberones de agua –cuando no derramarlos por el pasillo-, buscar chupetes a la luz del móvil, recibir patadas en los costados y malvivir hasta el amanecer.
La pelirroja siempre ha sido de dormir del tirón y hasta de roncar, con lo feo que está eso en una señorita de bien, pero de un tiempo a esta parte, con los trailer de Maléfica y mis historias para no dormir, que le cuento para que me haga caso, la tengo noche sí y noche también, a los pies de mi cama como una aparición, con los pelos como los troll aquellos de pelos de colores y con la mala cara de los niños de Los Otros.
Y claro una que está en duermevela con esto de la ansiedad maternal, levanta los ojos para echarse un trago de agua al gaznate o comprobar que todo el mundo sigue vivo y me la encuentro ahí, esperando a que abra un ojo para gritar ‘Mamaaaaaaá, que tengo mussho zuztooooo’ y claro, al final la que tiene mucho susto soy yo y tiro la botella al suelo, al pater le da un infarto y Cigoto se pone de pie en la cama a hacer los lobitos. Y todo es caos.
El pater y yo tenemos un trato para solventar estas crisis nocturnas. Yo me encargo de la pelirroja y él del hermanísimo. Ilusa de mí, creí que había hecho un buen trato, pero nada más lejos de la realidad, porque el hermanísimo tiene una o dos crisis en la noche. De levantarse dando voces como una vecina ordinaria y tocando las palmas como un poseso, pero se le endiña el chupete y se le mete en la cama y cae cual demonio exorcizado.
Con la pelirroja la cosa es más compleja o por lo menos dura más. A veces, lo soluciono metiéndome en su cama y dejándome aporrear con el peso muerto de sus brazos que no deja de mover cuando está dormida como si estuviera bailando la jota. Allí quedo atrapada entre la niña que se expande como el universo y se queda con más de media cama y con la maldita barandilla -que no quito porque siempre me queda la esperanza de huir- y que se me clava a traición en los riñones hasta dejarme lisiada.
La otra opción es darle vía libre a que se meta en nuestra cama y que dé comienzo el festival de las patadas y manotazos a doble bando, que se vaya a creer el pater que se va a librar de este maltrato nocturno de la primogénita.
Eso sí, como Cigoto clave la cara entre los barrotes a lo Jack Nicholson en El resplandor y nos vea a los tres en comunidad, entra en modo furia hasta que lo dejamos sumarse a la fiesta.
Precisamente hace un par de noches, lo metimos en la cama entre la pelirroja y el pater para que dejara de hacer el orangután esquizofrénico en la cuna y tras un rato de espasmos reptiles se quedó fritanga.
Pero no había pasado ni media hora cuando el pater empezó a sobarme la cara y me metió un dedo en un ojo –como tengo yo los ojos con la alergia- y claro me incorporé indignada, todo lo indignada que puede estar una madre agotada con la espalda retorcida y apaleada por su propia hija.
¿Eres tú? me pregunta / ‘No, soy el lobo’ -dije con mi particular agresividad nocturna pero sin levantar la voz para que la pelirroja no se despertara- ¿qué quieres? / El niño que no está / que no está ¿dónde? / Que no está en ningún sitio / Lo habrás metido en la cuna / Que no, que no está... que ya he mirado... Y antes de que pudiera empezar a inventar teorías terroríficas de secuestros exprés, escuchamos unas palmadas compulsivas.
Dos deslumbramientos oculares con la linterna del móvil y dos moratones en las espinillas después, el pater y yo más muertos que vivos, localizamos a Cigoto en el pasillo, tocando las palmas como Manolo el Caracol y enseñándonos sus gigantopaletones a lo Luis Miguel, emocionado con la hazaña de haber logrado escapar del yugo del descanso.
De cómo pudo llegar hasta allí reptando cual marine estadounidense, tenemos un par de teorías, sin descartar el teletransporte, claro, aunque ahora centramos nuestras energías en buscar escuelas militares de postín. O eso o lo empadrono en casa de la mamma.
Que no esté yo canija...